Carta a los Reyes Magos

El Cinexin, que para aquellos que han tenido la desgracia de nacer en el nuevo siglo y no tienen idea de lo que es, era aquel artilugio que reproducía en la pared películas de Mickey Mouse o de Popeye el marino.
Carta a los Reyes Magos
José Miguel García Conde
José Miguel García Conde

Hace tiempo que dejé de creer en los Reyes Magos. Y eso que desde niño esos tres seres con corona me han tratado demasiado bien. Siempre o casi siempre me trajeron lo que les pedí; incluso desde la distancia de los días infantiles, diría que fui alguien afortunado. Recuerdo cuando tenía apenas cinco años y recibí de sus majestades el barco pirata de Playmobil. Había tal cantidad de piezas menudas que mi padre estuvo la tarde entera analizando el libro de montaje. Yo tan sólo tardé cinco minutos en deshacerlo y volver el barco a la nada de los mares de la habitación. Cosas de la edad. Como cosas de la edad era pasarme las horas muertas en mi habitación con el Cinexin, que para aquellos que han tenido la desgracia de nacer en el nuevo siglo y no tienen idea de lo que es, era aquel artilugio que reproducía en la pared películas de Mickey Mouse o de Popeye el marino. Tan sólo eran imágenes sin sonido alguno, pero me encantaba inventarme los diálogos. Seguramente sea ese uno de los motivos por los que hoy me dedico a escribir.

Con el tiempo los Reyes pasaron por mi puerta como pasa el repartidor de Amazon: con rapidez y con ese tono oscuro de los paquetes que vienen sin envolver. Sus regalos fueron tristes, negros como la muerte, vestidos de soledad. Las Cabalgatas se transformaron en cuerpos apretujados recogiendo caramelos por el suelo, empujones, gritos y ruido. Las Navidades se tornaron en reuniones familiares obligatorias, en cenas impostadas, en luces con un alto presupuesto, en rostros que aparentaban felicidad, en whatsapps con felicitaciones reenviadas. Una verdadera Pesadilla antes de Navidad y no la de Tim Burton.

Desde que tengo un hijo mi percepción de las Navidades no ha cambiado demasiado, sin embargo, las luces han vuelto a alumbrar mi casa; hay un árbol que preside de nuevo mi salón, como un deseo infantil; la risa adorna las paredes de mi vida inevitablemente. No me supone un esfuerzo hablar otra vez con esos tres Reyes Magos. El celofán deja ver tras de sí una emoción cercana, la ilusión en las manos menudas de un niño que cumple cinco años, y que escribe en una carta que quiere una bola de cristal, un robot teledirigido y un Scalextric. Aunque parezca mentira sigue habiendo esperanza.