
La frase original, referida a España, la escribió Unamuno en una carta en 1923, harto de la situación de su país, que a la sazón estaba gobernado por el dictador Primo de Rivera. Se la tomo prestada, Don Miguel, seguro que no tendrá inconveniente, aunque sólo sea por compartir la condición de enseñantes de lenguas clásicas. Me duele Israel, en efecto, y el dolor es más punzante porque amo a Israel y ya se sabe que lo amado te pica más que lo que te es indiferente. Amo la cultura judía, he estudiado su lengua, admiro su historia de sufrimiento y su coraje para salir de los peores bretes, he cantado y lo sigo haciendo en hebreo y he tenido la suerte de visitar en dos ocasiones esta tierra de leche y miel que te deja gratamente sorprendido por multitud de razones. Me duele, en primer lugar, para no dejar lugar a dudas, el terrible atentado que sufrieron a manos de los terroristas de Hamás y el que todavía tengan rehenes secuestrados, pero me duele también, en grado sumo, la reacción vengativa y absolutamente desproporcionada que están teniendo los israelitas respecto a sus vecinos palestinos y que se acerca mucho, si es que ya no lo es, a lo que llamamos genocidio, la exterminación fría y calculada de un pueblo por los métodos más atroces: hambruna, tiroteo premeditado de los que van a buscar comida, desplazamiento forzoso de sus hogares, bombardeo indiscriminado de hospitales y colegios y amontonamiento de muertos hasta una cifra insoportable que linda con los sesenta mil, muchos de ellos niños, una cantidad que nos retrotrae a las épocas más oscuras de nuestra historia reciente. Un crimen, por cierto, que los propios judíos sufrieron en sus carnes y que ahora reproducen, a menor escala, con una falta de compasión que te deja anonadado. Cuando el nefasto holocausto que perpetraron los nazis, hubo alemanes que se refugiaron en el argumento de que ellos desconocían lo que estaban haciendo sus compatriotas, un argumento que los agredidos, yo mismo se lo he escuchado en un curso que hice en Jerusalén, rechazan y contra el que esgrimen que lo que hubo fue mucha gente, muchos espectadores, que prefirieron mirar para otro lado ante la barbarie de los perpetradores. Incluso hablan de una comunidad internacional que se mostró muy laxa ante el peligro que se veía venir hacía tiempo. Por eso, las imágenes son impactantes, los americanos obligaron a muchos germanos a visitar los campos de concentración liberados y a que vieran con sus propios ojos la magnitud del pecado en el que con su omisión habían contribuido. A los judíos de ahora no hace falta que nadie los obligue a nada, lo estarán viendo todos los días en las noticias, como nosotros, y quiero suponer que entre ellos habrá buena gente que no comulgue con estas barbaridades, buena gente que pensará que todo esto no es más que un desastre de proporciones bíblicas, nunca mejor dicho. Me pregunto dónde estarán esos buenos judíos que existen o por qué no hacen más fuerza para tumbar a su sanguinario jefe y para no caer en los mismos errores que ellos padecieron. Me imagino que estarán agazapados y que les costará mucho expresar sus opiniones en medio de un contexto enfervorizado. Las guerras, esto es muy conocido, unen a los pueblos frente al enemigo externo y es muy difícil disentir en estas condiciones hostiles. Pero no sólo me duele Israel, me duele el mundo entero que llamamos civilizado y que está contemplando toda este rediós desde una lejanía y una apatía, salvo honrosas excepciones, que a mí casi me producen sarpullido. Qué lejos quedan ya aquellos tiempos en que la ONU ofrecía resistencia con dignidad a los diferentes abusos internacionales, una institución que antes condenaba y ahora resulta ser la condenada, con la desvergüenza suprema de los que jalean los intereses de Israel. Y me duelen también, tengo que decirlo, algunos de mis compatriotas, especialmente los que se sitúan a la derecha, a los que no detecto, y estoy hablando fundamentalmente de sus líderes, casi ninguna empatía en cuanto a una parte de los sufrientes de esta carnicería que está ocurriendo, y no dudo de ninguna de las maneras de que entre ellos hay también buena gente, como entre los judíos, gente que no puede soportar esta sangría y que, por el motivo que sea, permanece callada y asustada. Respecto a la ultraderecha, no es que me duela, es que me hiere, me hiere su insensibilidad, ver cómo dan palmadas en la espalda y apoyan a un asesino que, si hay justicia en el mundo, tendrá que pagar su merecido. Me da la sensación de que he escrito este artículo ya otras veces, entonces, ¿por qué lo escribo de nuevo? Por puro desahogo, por remordimientos de conciencia, por dejar constancia de que un día, aunque fuese con un humilde escrito, traté de protestar contra esta masacre, porque no soy antisemita y porque, prefiero este término al de buenista, debo ser un iluso, uno de esos que se creen a pie juntillas el poema Masa del peruano César Vallejo. ¿Recuerdan su argumento? Muere un combatiente en una batalla , se le acerca otro y le dice que no se muera, pero el cadáver, ay, sigue muriendo. Se le aproximan dos, veinte, cien, mil, un millón, y ocurre lo mismo, hasta que se le acerca la humanidad entera y el cadáver resucita, da un abrazo al primero que fue a su lado y se pone a andar. Pues eso.