1999

Soñaba con publicar algún día un libro y deseaba que las mujeres me lanzaran bragas a discreción, como le sucedía a Jesulín de Ubrique en las plazas de toros.
José Miguel García Conde
José Miguel García Conde

Hace veintidós años aún vivía en casa de mis padres, estudiaba filología, iba a conciertos de Revolver y Jarabe de palo, la gente se besaba en los portales, caminaba por la calle sin mascarilla y nadie se lavaba las manos con gel hidroalcohólico. Milosevic masacraba a la población civil, José María Aznar estaba a punto de ganar las elecciones con mayoría absoluta y yo daba clases particulares de latín para poder costearme libros de segunda mano. En ese tiempo Michael Jordan dejaba la NBA, ETA seguía asesinando y Bill Clinton iba a juicio, mientras que yo rellenaba libretas y más libretas con poemas, que nadie entendía. Soñaba con publicar algún día un libro y deseaba que las mujeres me lanzaran bragas a discreción, como le sucedía a Jesulín de Ubrique en las plazas de toros. El calentamiento global todavía era solo una teoría de científicos locos, las mujeres seguían muriendo a manos de sus parejas y nadie hacía nada por evitarlo. En el año 1999 mi hermano aún no vivía en Poznan, mi padre aún no había muerto de cáncer y yo aún creía que en los periódicos se contaba la verdad. Las Torres Gemelas seguían en pie, los Rolling Stones llenaban estadios, el matrimonio entre personas del mismo sexo estaba prohibido y España todavía no había ganado un mundial. Hace veintidós años la gente hablaba en los bares mirándose a los ojos y no a la pantalla de un móvil, nadie tenía Facebook, ni Instagram. Jordi Hurtado ya presentaba Saber y Ganar, nadie se imaginaría a un presidente negro en los Estados Unidos, a un papa argentino, a Don Juan Carlos I robando. En 1999 aún no había cierre perimetral ni toque de queda, ya existían los tontos por ciento, como decía el gran Sabina, pero se respiraba algo mejor, y eso que estaba permitido fumar incluso en las universidades. En mi bolsillo aún había pesetas, aún vivían los sueños imposibles, aún miraba al futuro, confiando que un día, veinte años después siguiera mereciendo la pena esto de estar vivo.