Cincuenta y cinco mil

Cincuenta y cinco mil

Quizás sea verdad, después de todo, señora Presidenta, que su hermano, ya casi más famoso que usted misma,  no tiene por qué explicar nada  a nadie tras haber ganado honradamente unos honorarios que se le devengan por haber realizado una gestión, suponemos que muy importante, para conseguir unas mascarillas en esa época oscura de la que aún no nos hemos librado. Quizás sea verdad, después de todo, que usted se sienta, como dice, indefensa, y que es un exceso que tenga que aparecer omnipresente en los medios justificando unas actuaciones que son perfectamente legales. Quizás lo que ocurre es que los que nos planteamos alguna duda en este asunto no somos más que una pandilla de peligrosos comunistas bolivarianos ( añádanse los demás apellidos al uso) que todavía no nos hemos enterado de que vivimos en un sistema capitalista, por fortuna, y de que en un sistema así estas transacciones son totalmente posibles y válidas e incluso deseables para el común progreso, porque no se puede ni se debe poner puertas al campo, porque con este tipo de negocios se beneficia la comunidad y la economía se mueve y los números se recolocan y todos tan contentos. Quizás sea así y no deberíamos darle más vueltas, pero yo qué sé, a mí todo esto me chirría un poco, qué quiere que le diga, que cincuenta y cinco mil euros son muchos euros y, según mis pobres entendederas, se tardan mucho en reunir, como para ganarlos así, en un pispás, aunque sea dentro de la supuesta  legalidad. Mi madre, por ejemplo, que tiene una pensión que roza los ochocientos euros y que se ha pasado la vida trabajando, jamás ha tenido esa cantidad ni la tendrá, después de tantos años sin descanso. Incluso a mí mismo, que gano un sueldo no despreciable, se me antoja complicado hacerme con esa cuantía como no sea en un tiempo prolongado y con un ahorro espartano. Me imagino que a muchos de los que estén leyendo esto les sucederá otro tanto y me temo, por otra parte, que algunos de los que aprueban sin inmutarse esta clase de beneficios son los mismos que luego se escandalizan cuando el salario mínimo de los trabajadores llega a los mil euros y cualquier subida, por mínima que sea, les resulta un dispendio intolerable. Ya, ya sé que no todos debemos ganar lo mismo, que eso es una utopía irrealizable, perdón por la redundancia, e injusta, pero ¿es justo que haya unas diferencias tan enormes?. Quizás sea verdad, después de todo, señora Presidenta, que este embrollo se nos está yendo de las manos y que ya sólo falta, como usted misma sugiere con ese humor castizo que la caracteriza, que intervenga la ONU. En mi humilde opinión no es preciso apuntar tan alto, pero se me ocurre otra instancia mucho más cercana y modesta que podría serle de alguna utilidad. Se llama conciencia, y la mía, intuyo, no estaría muy tranquila si yo estuviera en su lugar.