ANTISEMITA

Pese a todo, les deseo a ustedes una Feliz Navidad, la que empezó hace más de dos mil años en aquella tierra hermosa que tanto está padeciendo, y transmitirles mi esperanza.</font></strong>

Todavía hoy, casi seis siglos después, me sigue doliendo la expulsión de los judíos de nuestro país como si hubiera sido ayer mismo. Aprecio y canto la música sefardita y he tenido la ocasión de hacerlo en Hervás o en Belmonte, Portugal, donde he visto a descendientes de los que expulsamos llorar con nuestras canciones. He estudiado hebreo dos años, cuando la mayoría estudiaban árabe, en la mítica Escuela de Traductores de Toledo con Rajeli, una extraordinaria profesora israelita. He hecho un curso monográfico sobre el Holocausto en Jerusalén de diez días. He contemplado estremecido la auténtica Lista de Schindler en una vitrina. He recorrido emocionado las distintas salas del museo Yad Vashem bajo la batuta del comandante Mario Sinaí. He visitado un kibutz y he comido en él. He tenido el enorme privilegio de conocer personalmente a algún superviviente de los terribles Campos de Concentración y Exterminio y he podido leer el fatídico número tatuado en su brazo. He recorrido las horrorosas dependencias de Auschwitz y he paseado sobrecogido por el andén de Birkenau hasta los hornos crematorios. He asistido en el antiguo Ayuntamiento de Madrid a un emotivo acto organizado por Ruiz Gallardón sobre los violines de la memoria, instrumentos testigos del genocidio nazi. He participado en numerosas actividades patrocinadas por Casa Sefarad. He oído en directo, en el Instituto Cervantes, la emisión de un programa en ladino. He leído a Primo Levi, a Víctor Frankl, y a Ana Frank, entre otros. He hablado con frecuencia a mis alumnos sobre las calamidades que ha pasado el pueblo judío bajo distintos regímenes, los he admirado y lo sigo haciendo por su increíble resistencia y por su capacidad para sobreponerse a las circunstancias más adversas. He tocado el Muro de las Lamentaciones con inmenso respeto. He comprobado cómo gracias a su diligencia sobrehumana son capaces de crear vergeles en el desierto. Me he puesto la kipá para entrar y rezar en una de sus sinagogas. Y condeno, condeno una y mil veces lo que han hecho los terroristas de Hamás y me solidarizo con toda el alma con los secuestrados y sus familias y exijo una y mil veces su pronta liberación, una y mil veces.

Estas son mis credenciales, pero supongo que si digo que me asusta que el gobierno de Netanyahu pueda hacer lo que le dé le gana y saltarse todas las recomendaciones de la ONU, supongo que si afirmo que me escandaliza la actitud consentidora de buena parte del mundo civilizado, supongo que si pienso que los muertos palestinos son tratados como una especie de morralla inevitable, muy distinta a los del otro bando, supongo que si creo que la única solución pasa por el establecimiento de dos estados independientes, supongo que si se me ocurre opinar que la situación actual puede tener algo que ver con el olvido de imperdonables sufrimientos de una de las dos partes, supongo que si tengo en consideración eso tan manido, y no por ello menos cierto, de que utilizamos diferentes raseros de medir, entonces, digo, supongo que me arriesgo a ser considerado por Netanyahu y sus secuaces, también los de mi país, un radical antisemita. Me produce una enorme impotencia no poder hacer nada al respecto y una infinita tristeza que no se me tenga por amigo de un pueblo al que tanto estimo. Sólo me resta añadir que, pese a todo, les deseo a ustedes una Feliz Navidad, la que empezó hace más de dos mil años en aquella tierra hermosa que tanto está padeciendo, y transmitirles mi esperanza, propia de los tiempos en los que estamos, de que algún día recuperaremos la bendita paz.