Mucho más que un libro

Poco a poco, las lecturas fueron tomando madurez hasta que llegué, ya de adolescente, al verso. Leía poemas casi sin masticarlos; el lenguaje lírico me cautivaba sin necesidad de entenderlo del todo.
Mucho más que un libro
Carlos Santos Moreno
Carlos Santos Moreno

El primer contacto que tuve con la lectura fueron aquellos cómics de mi infancia; devoraba, número tras número, a Astérix y Obélix, Tintín o Lucky Luke, entre otros. Poco a poco, las lecturas fueron tomando madurez hasta que llegué, ya de adolescente, al verso. Leía poemas casi sin masticarlos; el lenguaje lírico me cautivaba sin necesidad de entenderlo del todo. Poco después, la crisis existencial de la  propia adolescencia, me hizo abandonar, en parte, la lectura; sumado a una dogmática asignatura de Literatura mal diseñada, mal enseñada y hermética, sometida a la censura del binomio profesorado-manual, en la que no había espacio para la interpretación ni la imaginación.

Por suerte, la poesía –la literatura en general– era un barco anclado con suficiente fuerza en el puerto de mis emociones como para zozobrar a la deriva del olvido. Y los versos regresaron a mis ojos, esta vez sin censuras. En la construcción personal de las filias y las fobias literarias, me fui acercando a la poesía de la experiencia y, con mayor profundidad, a Luis García Montero, uno de esos poetas que versan aquello que yo nunca fui capaz. Para mí era un nombre al que sumar al de Machado, Juan Ramón, Lorca... Sin embargo, en aquel entonces, poco sabía de Almudena Grandes, su mujer. A pesar de su éxito como novelista, yo llegué hasta ella a través de su marido y de la poesía de este, que, en gran medida, a partir de su renacimiento juntos, estaba impregnada de ella y de su amor. Y cuando descubrí a la escritora, encontré la misma manera de contar historias con que su marido escribe poesía: la profunda sencillez.

Tras la conmoción que me produjo la noticia de su muerte –polémicas políticas incluidas–, yo no he podido dejar de pensar en su marido, en Luis, en el poeta que encontró la voz que tanto buscaba en su mujer y en una relación que no estaba predestinada a existir, pero por la que apostaron su literatura y su dignidad. El éxito fue total, tanto como escritores, como en el plano personal, con un amor que trascendió más allá de las palabras y las fotos. Almudena Grandes se fue sin anunciarlo, pero deja la excelencia de sus libros, incluido el más importante, el libro vital que escribió junto a su él. Estoy seguro de que algún día no muy lejano, aquellos arrogantes que miraron con indiferencia hacia su pérdida, cambiarán de postura, echarán la culpa a otros, pero le otorgarán el reconocimiento que merece.

Al otro lado del silencio, anclado a las teclas de su ternura, Luis seguirá escribiendo versos con el afligido aire de su casa vacía y, más que nunca, con la frialdad de anhelar a Almudena en habitaciones separadas. Nosotros, leeremos de nuevo sus viejos versos para llorar con las emociones vividas y saborearemos con gusto los nuevos poemas que nazcan, quizás, de viernes distintos pero todavía fructíferos. Y lo haré con el placentero compromiso que le debo, pues gracias al maestro, aunque él no lo sepa, comprendí que la poesía es mucho más que un libro.