HOMO CREDENS

Es un hecho que, en los apocalípticos tiempos de pandemia en que vivimos, el hombre consume más plegarias que en otras épocas libres de todo mal,  cada cultura con su propio credo.
Carlos Santos Moreno
Carlos Santos Moreno

Dios ha muerto. Nietzsche se lamenta en labios de la profesora de filosofía, mientras el chico tímido con cruz de madera al cuello de la segunda fila se remueve, con discreción, en su asiento. Vuestra compañera – dice la dulce aunque soporífera voz docente – defenderá esta postura y al final abriremos, si procede, un debate. La chica, despejada de timidez y de simbología piadosa, relata la teoría del prusiano, poniendo ejemplos y observando con insistencia la segunda fila, buscando la esperada desaprobación en la mirada esquiva de nuestro cohibido amigo, que permanece, de momento, baja. Y la agonía de Dios nos lleva al nihilismo. ¿Estáis de acuerdo?… El chico tímido ahora sí sostiene la mirada de su compañera y niega con la cabeza. ¿No estás de acuerdo? ¿por qué? –pregunta la chica, con los ojos vidriosos por la oportunidad de desmontar su fe, mientras él, tocándose la cruz a la altura del pecho, contesta sereno–. Si Dios ha muerto, ¿por qué hablas de él como si estuviera vivo? Fin del debate. Una inusual sonrisa en la profesora y el alivio del timbre dan por terminada la clase.

Muchos años después, aquel chico, ya sin cruz al cuello y libre de fes y de supersticiones, aún cree que sigue vivo cualquier dios que tenga fieles que le veneren y que hablen de él, y, sobre todo, mientras tenga dogmáticos que lo alimenten. Cristianos, musulmanes, budistas, hebreos, hinduistas…  Todo dios está vivo hasta que la indiferencia u otro dios más poderoso o más actual acabe con él. Ha ocurrido a lo largo de la historia; la humanidad ha necesitado siempre creer que un ser superior vela por su bien, premia sus buenos actos y castiga sus pecados, en uno de los equilibrios de control más perfectos que existen.

Ese poder es el gran éxito de las religiones. Hasta tal punto que la fe es sinónimo de superstición; y es esta la que liga al ser humano con la deidad de turno, como si de un cordón umbilical se tratase. Es un hecho que, en los apocalípticos tiempos de pandemia en que vivimos, el hombre consume más plegarias que en  otras épocas libres de todo mal, cada cultura con su propio credo, porque tiene la necesidad de sentirse protegido y rescatado por los designios divinos.

Sí, son tiempos en los que abunda la fe, tiempos de crédulos golpes en el pecho, tiempos de recuperar y desempolvar unas oraciones quizás ya olvidadas... Me resulta curioso cómo, a menudo, al ser humano le resulta más fácil creer en un ente superior a quien nunca ha visto, que en la ciencia de quienes han creado una vacuna que puede salvar al mundo.

Lo bueno de la ciencia es que es cierta, creas o no en ella. (Neill deGrasse Tyson). Amén.