Cuentos de nunca acabar

​Los cuentos que tú me cuentas, cuentos de nunca acabar, los cuentos que yo te cuento ¿quieres que vuelva a empezar?
Cuentos de nunca acabar
Carlos Santos Moreno
Carlos Santos Moreno

Érase una vez un dudoso máster al que le salió una costilla con forma de político liberal. Tanto creció el señor chuleta que, un día, sin más mérito que adherirse a la oportunidad, se pavoneaba de adalid de la patria, hasta el punto de permitirse el lujo de dudar y de vetar a señores y señoras de mazo en mano, cuyo valor, sin embargo, era el de llevar toda su vida estudiando, aprendiendo y formándose para ascender en su profesión. El pavo, digo, la costilla parlante, siempre con media falsa sonrisa en la boca, les acusaba de progresistas, con la misma preocupación que si fuera a dejar a sus hijos al cuidado de un cuñado de Jack el Destripador.

La duda de la costilla ofende, deben pensar los magistrados opositores.

Los cuentos que tú me cuentas, cuentos de nunca acabar, los cuentos que yo te cuento ¿quieres que vuelva a empezar?

Érase, una y otra vez, un hombre que pudo gobernar, pero prefirió sentarse en su atalaya de lujo, entrecejo fruncido, a la caza del felón. Una mañana, se despertó con un comprometido término raspándole el paladar; lejos de utilizar la lengua para alcanzar la catarsis, se le fue envenenando el vocablo dentro de la boca, hasta que, mire usted por donde, justo en el momento de la entrevista del día, vomitó sin pudor la palabra exilio. Tan contaminada estaba ya la voz, que fue estirando el sustantivo hasta llegar a la república, con la mala idea de utilizarlo para calificar al prófugo de Waterloo; sí, ese que vive en un palacio y pasea su flagrante flequillo por Europa, esparciendo las falacias del cojo. Pocas penurias para tan atrevido comparativo.

La comparación del caza-felones ofende, deben pensar los verdaderos exiliados de una guerra que nunca debió estallar.

Los cuentos que tú me cuentas, cuentos de nunca acabar, los cuentos que yo te cuento ¿quieres que vuelva a empezar?

Había una vez un rey que extravió su corona por caminos de perdición y que agotó sus excusas por caminos de oriente medio. Nunca volverá a ocurrir, llegó a decir en una ocasión… Quizá se refería a que nunca le volverían a pillar en otro renuncio. Se equivocó. Este pez no murió por la boca, sino por un bolsillo demasiado ambicioso y una vertiginosa deriva, más rápida que su maltrecho caminar. Y será por eso de que Dios los cría… que se fue de vacaciones indefinidas al palacio de otro rey. Unos dicen que se marchó por el bien de su hijo, el actual rey, otros que huyó de la justicia con total impunidad… el caso es que millones por aquí, millones por allá, la justicia no es igual para todos.

Las presuntas maquinaciones del rey emérito ofenden, deben pensar, súbdito arriba, súbdito abajo, la mitad de sus conciudadanos. La otra mitad…

Los cuentos que tú me cuentas, cuentos de nunca acabar, los cuentos que yo te cuento ¿quieres que vuelva a empezar?

Continuará. O no.