AGITADORES

La actualidad necesita de políticos y políticas merecedores del sillón en el que se sientan, dignos de a quién representan.
Carlos Santos Moreno
Carlos Santos Moreno

La última noche que Antonio Machado pasó en España, durmió en el pajar de una masía de la provincia de Gerona, huyendo de la muerte que acechaba sus versos. Más bien, se exiliaba de aquellos que pudieran haberlo asesinado por haber defendido sus ideas; de la muerte no consiguió escapar, pues le esperaba al otro lado de la frontera, en Colliure, donde expiró una solitaria elegía pocos días después de cruzar al país vecino. Machado nunca se quiso ir de España, pero la insistencia de sus amigos consiguió convencerle de que pusiera a salvo su vida, evadiéndose de los acechantes aullidos del terror.

Es una pena que, muchos años después de todo eso, cuando tendríamos que mirar con normalidad pero con memoria a aquellos días, se prefiera ocultar o endulzar lo acontecido, con motivos más o menos interesados. La dignidad brota de la verdad y de contar las cosas tal como suceden o sucedieron. Muy lejos de la veneración, ha sido indigno comprobar cómo, en estos últimos tiempos de desmemoria, en muchos manuales de enseñanza se edulcoró el final su vida con un simple: Pasados unos años, se trasladó con su familia a Francia. Allí vivió hasta su muerte. Sin comentarios.

Hoy en día, la verdad no vende. Lo que compramos son el tipo de mensajes que queremos escuchar, noticias que nos den un argumento para imitar a nuestros políticos en las tertulias diarias; sí, porque, a pesar de la pandemia, las tertulias siguen siendo parte vital de nuestra idiosincrasia. ¿Y si hubieran inventado una mascarilla que, además de impedir salir al virus, no dejara escapar de su cóncava tela mentiras, estupideces y demás chabacanerías de taberna? Hubiera estado bien, pues nos hemos acostumbrado a defender las posturas tal y como nos las cuenta el periodista al que idolatramos, o tal y como las piensa el político que nos vocifera verdades a escupitajos. Porque, en los tiempos pre-pandémicos, pandémicos y pos-pandémicos, están de moda los agitadores.

Resolver los problemas no les interesa, lo que mueve sus palabras y sus actos son los números. Las cifras que lleven al vociferante hasta el poder o a controlar el poder. Los vendedores de humo tóxico fingen defender a quienes perjudican, en un maquiavélico juego de seducción; gritan falsedades disfrazadas de nobleza, arengan a la masa con verdades cosidas con un fino hilo de engaño, o con mentiras a medio camino entre la incultura y la desfachatez. Agitan a los ciudadanos para que nos posicionemos unos en contra de otros; porque en eso reside su victoria: en confrontar a la gente. No defienden ideas sino que juegan a la putrefacción; pues cuando uno se cree en posesión de la verdad absoluta, máxime si esa totalidad se camufla de patriotismo, intenta mutilar el pensamiento del otro, a quien considera despreciable enemigo. Y eso sólo conduce a un desastre.

La actualidad necesita de políticos y políticas merecedores del sillón en el que se sientan, dignos de a quién representan. Necesitamos políticas/os honradas, creativos, creíbles, firmes, convincentes, dialogantes y empáticos, para liderar la puesta en marcha de un país que merece un desarrollo, una estabilidad, una educación, una cultura, una sanidad y un bienestar a la altura de los españoles. No necesitamos vocingleros de dedo rápido que sólo buscan ascender a base de medrar. En una ocasión dijo Kennedy: si hubiera más políticos que supieran de poesía, y más poetas que entendieran de política, el mundo sería un lugar un poco mejor. De nosotros, ciudadanos, depende: confiar en la generosidad de los poetas o aplaudir la algarabía de la agitación.