Se despide el año con melancolía de bardo, mientras resuenan las cantinelas navideñas por encima de cualquier pensamiento. Pero, el poeta cuya voz silencia cualquier ruido molesto, decide cuándo cierra su cuaderno de firmas y el noi del Poble Sec se ha dado un homenaje a la altura de su grandeza. El genio tiene el pozo de su creación tan profundo que le resulta imposible dejar de inventar, por eso, quizás, a veces, a los grandes artistas les cuesta tanto retirarse. Es por ello que, sea definitivo o no, Serrat se merece como nadie el obsequio de irse con el cariño y la gratitud de su público, y del que no lo es, pues se ha ganado la admiración de todo hijo de vecino.
A veces, la vida está entrelazada con historias que no relacionamos entre sí; por eso, es curioso cómo a la vez que Serrat deja la música, Ibrahim Cante cante, o sea, que quiera cantar. Ibrahim Cante llegó a España desde Gambia, en un peligroso viacrucis que no necesita ser explicado aquí; su aspiración es ser cantante, difícil horizonte para un inmigrante llegado en patera. Sin embargo, y por eso es caprichoso el azar, el miércoles 21 compró su primer décimo de lotería y la suerte le ha dado un empujón de ciento veinte mil euros de notas musicales, que despejan las nubes de su futuro.
El mundo, y no es cuestión de azar, tiene antojos que no se comprenden desde el pretencioso prisma navideño, y nos muestra que la crueldad humana no entiende de fechas. La semana pasada, las mujeres universitarias afganas se encontraron cerradas a cal y pistola la puerta de la universidad, para seguir estudiando o retirar sus títulos, conseguidos con un esfuerzo que sólo ellas conocen. El azar juega malas pasadas en manos de los fanáticos, que piensan que la barba es más coránica que el velo, y por ello, más libre. Esa libertad femenina que tanto piden en Irán, incluso los propios hombres, que acaban condenados a muerte por cantar a la igualdad; el cuello del futbolista Amir Nasr – Azadini está rodeado por la soga de los intransigentes, mientras, el mundo del fútbol ha encumbrado a su dios, sin una tijera en la mano, perdiendo así la oportunidad de limpiarse el vómito que tanto le apesta.
Pero, volvamos a España, donde el título universitario no se le niega a nadie por razón de sexo, raza o religión, pero donde los universitarios están bien formados para un mundo laboral que les aboca al azar de vivir de las propinas del consumismo, en un país que acostumbra a repasar con calculadora la nota del restaurante. Sueñan los jóvenes con un futuro sin limosnas; quimeras laborales que necesitan eliminar la soga liberal que oprime sus sueños.
Sueñan, sin embargo, los juglares con la cuerda vibrante en la voz de Serrat, con sus poemas en clave de sol, con su compromiso hacia la belleza. Sueñan, aunque nada tiene que ver con el azar. Gracias, maestro.