Letroso

De niño siempre me decían: “si vales, estudia una carrera de ingeniería o de medicina, y si no, pues vete a letras, que mejor eso que nada”.

Letroso
José Miguel García Conde
José Miguel García Conde

De niño siempre me decían: “si vales, estudia una carrera de ingeniería o de medicina, y si no, pues vete a letras, que mejor eso que nada”. Me llamaban “letroso”, como si de mi cuerpo se cayeran a pedazos restos de palabras, como si fuera un apestado del sistema educativo. Y yo, caminaba al instituto cada mañana con mi bloc de notas de letroso, con mi camiseta de los Guns N´Roses de letroso, y mi rostro plagado de acné de letroso. Me sentaba al final de la clase junto a otros letrosos y estudiaba asignaturas inútiles como latín, literatura, filosofía o historia del arte, que en nada se parecían a sus parientes ricas, como era la física, la química, la biología o las matemáticas. Si sacaba un sobresaliente, algo que no era muy habitual, mis amigos de ciencias me decían con sorna que lo extraño era que en letras no sacara sobresaliente todo el mundo. Cuando mis padres fueron a hablar con el orientador, este les dijo que las carreras de letras no tenían apenas salida, que probablemente en el futuro engrosaría las listas del INEM, y que la mejor opción era estudiar económicas o enfermería. Yo, que odiaba profundamente las matemáticas, que me daba urticaria con el simple hecho de hacer una integral; y que me caía redondo al suelo al ver una gota de sangre, como para acabar trabajando en un hospital. Un día pude observar la mirada de decepción de mis padres, mientras tomaba sopa y les contaba que quería estudiar para ser profesor de lengua. Mi pobre padre, que quería lo mejor para mí, me preguntaba con ironía si no había una carrera más de letras que esa, si no me gustaba el derecho, si no prefería algo un poco más útil. Entonces agaché la cabeza y continué con mi sopa de picadillo, mientras ellos seguían con su cara de decepción.

Ahora que ha pasado el tiempo, que sigo siendo un letroso, que cada mañana camino al instituto donde enseño literatura a otros letrosos; ahora que cada vez que pienso en ello tengo la sensación de que lo volvería hacer una y mil veces; ahora que incluso me divierto dando clase, que consigo que otros letrosos aprendan y sean mejores personas; ahora es cuando puedo decir que tengo el mejor trabajo del mundo, aunque me llamen letroso.