Las hormigas

Cuando encuentranun trozo de pan van al acecho, se organizan, reparten sus tareas y regresan de vuelta al hormiguero.

José Miguel García Conde
José Miguel García Conde

Las hormigas caminan en hilera, una detrás de otra, nunca miran atrás, continúan por la acera evitando los charcos y la lluvia, los perros y los pies de algún humano. Cuando encuentran un trozo de pan van al acecho, se organizan, reparten sus tareas y regresan de vuelta al hormiguero. Allí degustan su manjar, como si fueran una familia, en torno a alguna mesa en una gruta. A veces dialogan entre sí, hablan del tiempo, de cómo están las cosas por ahí fuera, no entienden que haya humanos que lleven en sus rostros mascarillas. Se alegran de que no haya tantos coches rugiendo en el asfalto, de que el aire sea un poco menos sucio y que al fin nadie corra por las calles. Todas las tardes escuchan las sirenas, el sonido de luces a lo lejos, aplausos y canciones que no entienden. A menudo se cuentan dulces cuentos, historias inventadas que tratan sobre campos de centeno, sobre suelos de tierra y flores en lugar de escaparates. Se imaginan viendo ponerse el sol, contando las estrellas encima de una loma, en un tejado. Aunque no creen en Dios, al menos no en el dios de las hormigas, le piden cierta ayuda en su futuro, que siga habiendo pan por los rincones, que siga siendo claro el horizonte y que su comunidad siga latiendo. Las hormigas no entienden de política, no saben de partidos ni luchas de poder, ni tan siquiera estudian en la escuela que el hombre es sólo un lobo para el hombre. Ellas no tienen miedo a los abrazos ni al tacto de dos cuerpos. Qué envidia, las hormigas.