Quiten sus sucias manos

Quiten sus sucias manos
Jesús Pino Jiménez
Jesús Pino Jiménez

No deja de ser curioso que hayan utilizado la agresiva frase que titula este artículo representantes de partidos tan dispares como Esquerra Republicana y Vox. Estos últimos más recientemente y refiriéndose al tema de la educación, ese “caballo” que, más que de batalla, debiera serlo de consenso y encuentro en lo fundamental. Me dedico a la docencia pública desde hace aproximadamente treinta años y nunca he tenido la sensación, ni en lo que a mí respecta ni en lo que se refiere a mis compañeros, de que estuviéramos “ adoctrinando” a nuestros discípulos, sólo he visto a enseñantes entregados a su trabajo y haciendo buenamente lo que podemos, acertando y cometiendo errores, porque “errare humanum est”, pero siempre con la sana intención de fomentar los conocimientos y de educar en libertad. Tampoco he percibido ningún peligro en profesionales que, ajenos al campo estrictamente docente, se acercan hasta nuestros centros a impartir charlas o dirigir actividades sobre problemas de actualidad, antes bien, lo he interpretado como un buen complemento a nuestra tarea. En mi caso concreto, “rara avis” de latín, me dedico a enseñar declinaciones, análisis sintácticos y traducciones de “La Guerra de las Galias”, además de cuestiones históricas, y no evito, por aquello de comparar, asuntos de hoy que pueden dar pie al debate, procurando, desde luego, ser ecuánime y no caer en el sectarismo. Pero, si quieren que hablemos de “ adoctrinamiento”, del de verdad, me acuerdo perfectamente del que yo mismo sufrí en los últimos momentos de aquella dictadura que algunos parecen echar de menos, como cuando nos hacían formar como soldados en el patio de la escuela y entonar todos juntos el famoso “Montañas Nevadas”, o como cuando nos llevaban forzosamente cada veinte de noviembre a rendir homenaje, brazo derecho en alto y “Cara al sol” al canto, al fascista José Antonio, o como cuando reducían toda nuestra dilatada historia a episodios como el del Cid Campeador, el de Guzmán el Bueno o el del General Moscardó en el Alcázar de Toledo, o como cuando nos impartían aquella torticera y pedante asignatura de “Formación del Espíritu Nacional”, o como cuando tantas otras circunstancias típicas de los regímenes totalitarios, sean del signo que sean. No puedo dejar de decir que, incluso en aquel contexto de manipulación, tuve maestros extraordinarios. No sé si servirá para algo, pero me gustaría, para finalizar, hacer dos llamamientos desde estas líneas: a los nerviosos, para que no enciendan falsas alarmas sobre nuestra labor y a los padres, para que se fíen de nosotros, de los que nos dedicamos a la enseñanza, porque, aunque tengamos diferencias, ambos compartimos el importante objetivo común de que los hijos que nos han confiado lleguen a buen puerto.