MIRÉ LOS MUROS

Me dedico a la docencia y puedo asegurarles que el comportamiento de nuestros jóvenes estudiantes está siendo ejemplar en el inicio del curso más raro que jamás hayamos vivido.
Jesús Pino Jiménez
Jesús Pino Jiménez

No es fácil escribir una columna de opinión, no se crean, y más en estos tiempos en que los acontecimientos cambian a una velocidad vertiginosa y en los que lo que ahora opinas puede quedar caduco dentro de un rato. Una opción es apartarse de la realidad inmediata y buscar un tema atemporal y otra, que es la que seguiré, es interpretar lo que nos pasa con el apoyo de algo no tan pasajero, como por ejemplo una canción o un poema. Me servirá de muleta en este caso ( seguro que ya alguien se me habrá adelantado, maldita sea) un precioso y tristísimo soneto de nuestro genial escritor Quevedo, un lamento ante el pasado glorioso que ya no está, cargado de pesimismo por el contexto en el que se escribió, el siglo XVII, cuando nuestro gran Imperio daba muestras inequívocas de agotamiento. Me refiero al que empieza con los versos: “Miré los muros de la patria mía/si un tiempo fuertes, ya desmoronados”. Lo estudiábamos en el Instituto y me vino a la cabeza el otro día, cuando escuchaba por la radio el enésimo enfrentamiento entre los políticos que nos dirigen. Y me hice unas preguntas: ¿dónde está aquel viejo espíritu de concordia que convirtió nuestra transición en ejemplar para el resto del mundo civilizado?, ¿no se nos está desmoronando a marchas forzadas ese muro fuerte que nos ha abrigado a todos ?. Los de mi bando( porque yo tengo un bando, no sé si lo habrán notado) se pierden en disputas estériles, informan muy mal, se autocritican muy poco y pecan de ese tacticismo maquiavélico que sólo pretende arrancar unos votos, pese a la que está cayendo. Una buena parte  del otro bando, la oposición, parece creer que su único papel es poner palos en las ruedas, a costa de lo que sea, y ha desarrollado una soberbia maestría en el innoble arte del insulto y un deseo cómico, si la cosa no fuera tan seria, por competir con nacionalismos periféricos, sin proponer, salvo honrosísimas excepciones, algo constructivo para salir de esta maldita crisis que nos tiene acogotados. Y mientras tanto, claro, la casa sin barrer. Dicen que las desgracias unen, pues que venga Dios y lo vea, porque lo único que yo veo es que estamos perdiendo una ocasión extraordinaria de fortalecernos como país unido y sensato. El soneto que me ha dado pie para este desahogo termina fatal y no quiero castigarles más con penas, que bastante paciencia tienen de haber leído hasta aquí. Me voy a poner el traje de la esperanza y me voy a despedir con una noticia que a mí por lo menos me la despierta. Me dedico a la docencia ( creo que esto también lo saben, qué pesado) y puedo asegurarles que el comportamiento de nuestros jóvenes estudiantes está siendo ejemplar en el inicio del curso más raro que jamás hayamos vivido. Son nuestro futuro y nosotros, sus mayores, no deberíamos defraudarlos.